lunes, 18 de agosto de 2008

"No tengo poderes mágicos..."

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Me riñen cariñosamente y con razón (con razón me riñen, no sé si el cariño también la tiene) porque sólo escribo cuando hay problemas en marcha. Es que cuando la cosas van bien no hay nada que escribir, no se me ocurre nada, salvo quizá alguna vez sobre las cosas que les van mal a otros. Incluso cuando hay marrones, o un demasiado incorrecto punto de vista por mi parte, o un malestar en proceso de desguace, sólo a veces escribo y es para analizar ese proceso.

También me estoy quitando del exceso de análisis, o quiero creerlo.
("No tengo tácticas. Yo hago del vacío y la plenitud mis tácticas")

Hoy me siento bien y qué decir. A quién sirve de algo que me monte un cuento sobre otro guerrero voluntarioso alzado orgullosamente sobre un peñasco al amanecer de un nuevo día de victorias, victorias sobre el Escaqueo de la Victoria, sobre la propia Voluntad, sobre monstruos que se niegan a tomarse un vino conmigo como corteses enemigos en un libro de Pérez-Reverte. Victorias siempre parciales, siempre cojituertas, siempre continuará. Y demasiado a menudo victorias para otros, para malos señores que siempre exigen buenos vasallos, o para una indigna caricatura de Napoleón interna y parásita, parte del virus que invade nuestro sistema y nos pone a trabajar con más trabajo por salario. Invasiones mercenarias a ciudades inocentes para mayor gloria de la Ansiedad como virrey ladino y corrupto de sonrisa torcida.

El verdadero Poder de la Voluntad está en atreverse a lanzarse a una libertad más limpia, más real, más vigorosa, con confianza en que es algo propio a destapar, y sin caer en el autodesprecio al ver la propia corrupción. Sin ese Ego-Juez zancadillero. Ponerse a ello, pero siempre; todo es empezar... a cada momento.

Una mujer me dijo que cómo el poder de la objetividad, de saber mantenerse frío para decidir, podía no ser digno de desconfianza. Tal facilidad para desapegarse es como para no creer en la consistencia de mis promesas, en la solidez de mi fidelidad. Es la pauta común, autoengañarse, justificar ante uno mismo los desmanes y abusos sobre sí y los demás, por qué no presuponerlo. Pero yo trabajo en no olvidar que se abusa de uno tanto como de los otros, de forma que sé que todo queda igual, que no me compensa la deslealtad.
("No tengo estrategia. Yo hago de lo correcto en la vida mi estrategia")

Esa mujer tenía miedo porque no veía la más provechosa posibilidad de usar -ella o yo, o los dos juntos o por separado- ese Poder para controlarse cuando realmente es importante, para mantenerse firme, para no tener necesidad de engañar ni dejarse engañar, de abusar de uno mismo ni de otros.

Otra me dice qué como sentirse segura sin hacer inventario continuo de las armas a su alcance en cada momento y evaluación de estatus de toda la maquinaria, defensiva en gran proporción, a pesar de intuir que eso es incompatible con la marcha.
("No tengo espada. Yo hago de mi No-Mente una espada")

Un amigo me dice que cómo no volverse estúpido aficionándose a "no pensar".
("No tengo talento. Yo hago mi astucia mi talento")

Y todos vosotros, lectores, podéis decir que no vea tantas pelis de chinos yendo fumado. Pero no es el caso.

Suene como suene yo soy el peñasco al amanecer, firme sobre montaña firme, y allí no hay tele ni internet, ni intermedios con anuncios comerciales que me interrumpan mientras miro crecer la hierba. Vale.