Los condicionamientos sociales favorecen la identificación de la mente con una idea fija de sí misma como medio de autocontrol, y de aquí resulta que el hombre se considera a sí mismo como "yo", como ego. Luego el centro de gravedad mental se desplaza de la mente espontánea u original a la imagen del ego. Cuando esto ha ocurrido, se identifica al centro mismo de nuestra vida psíquica con el mecanismo de autocontrol. Entonces se hace casi imposible ver cómo "yo" puedo soltarme a "mí mismo". Me encuentro totalmente incapacitado de efectuar ninguna acción mental que no sea intencional, afectada, insincera. Por tanto todo lo que hago para abandonarme, para soltarme, será una forma distrazada del esfuerzo habitual por seguir aferrado. No puedo ser espontáneo a propósito o hacer algo sin querer pero de intento. Tan pronto como se torna importante para mí ser espontáneo, la intención de serlo se refuerza; no me puedo librar de ella, a pesar de ser el único obstáculo que se interpone en el camino de mi propia realización. Es como si alguien me hubiera dado una medicina advirtiéndome que no surtirá efecto si pienso en un mono al tomarla.
Recordando que tengo que olvidarme del mono, me encuentro en la situación de "doble atadura" en la que "hacer" es "no hacer" y viceversa. "Sí" implica "no", y "siga" implica "pare".
En este punto viene el Zen y me pregunta: "Si no puedes
dejar de recordar al mono ¿lo haces a propósito?"
"El Camino del Zen" (Allan Watts)
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