viernes, 26 de octubre de 2007

Paseo por el manzanal

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Y creo que me parece así, que me siento extraño oyéndome convincente, que me avergüenzo de alguna manera de esa capacidad de transmitir algunas cosas llegando a verlas como charlatanería en mí mismo aun sabiendo que soy sincero y todo lo honesto que sé, porque no estoy acostumbrado a "querer" cosas. Podéis decir cada uno con vuestras razones, que es porque en mi infancia y después me concedieron poco y cosas así, pero es que nunca fui uno de esos niños que alargan la mano, incluso el dedo que es peor, compulsivamente, emitiendo gruñidos exigentes y con un ansia fiera que saciar.

Así es lógico que me resulte fácil desprenderme de ciertas cosas... Acabo de darme cuenta de la ventaja que llevo con respecto a mucha gente frustrada. De ningún modo hay que extrapolar conclusiones de esto, pues la historia del Zen está llena de ilustres personajes con mucho nervio, y la del Mundo de exitosos avaros mansos.

Lo que es necesario distinguir es entre la claridad con respecto a las propias necesidades más la determinación por cubrirlas (sin hablar hoy también de ambición, seguridad en uno mismo, constancia u otras cosas que irían en el mismo tomo, y más allá de la "cobertura de los mínimos"), por cubrirlas uno mismo valorando fines y medios,
y el "¡mama quero!" estridente de un infante repelente en proceso de malcrianza. Y esa frase suena como debe sonar. Hay una diferencia importante entre el niño que alarga la mano, para coger, y el que alarga el dedo, para que le traigan.
Cuán equívoco puede ser el parentesco entre egocentrismo e introversión.

Hace poco me vi en un punto en el que reconocía claramente la necesidad de experimentar logros, de sentir que escojo y consigo alguna vez. Y si tan en cuenta lo tengo hoy es que es donde sigo, y he de reconciliarme del todo con ese mecanismo para seguir sanando.
Y que necesito cosas, vaya un pijo.

jueves, 18 de octubre de 2007

Misterios más bien nada inquietantes

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Me presentan, por la mañana, habiendo dormido de menos pero bien, a un amigo grandote. Como se escucha bien todo desde fuera salgo por la ventana a ver cómo está hoy el campo, y tomo el fresco, y vuelvo a entrar pero de cabeza y como el gato, todos temen que me caiga pero ya deberían saber que me sobra felinidad para cosas tan tontas como entrar por una ventana.

Jp me toma el relevo, le parece buena idea cambiarme el sitio para salir a tumbarse en el camino de tierra, manos al cogote, a mirar el cielo, mientras todos nos sorprendemos gratamente y nos miramos entre nosotros su mujer y yo, en silencio y con ojos alegres por ver que está tan bien, tan reconciliado con todo lo que lo merece al menos, tan en paz. Aunque en mi mirada no se evidencie también el profundo amor sexual por él, claro.

El amigo empieza a mover cosas telequinéticamente y todos ríen mientras yo, serenamente sorprendido, les reprocho no avisarme antes de algo así. ¿No podéis tener amigos normales, cabrones? Me voy a hacer normal sólo por joderos. Se descojonan, tambien Jp desde el camino, sin necesidad de mirar aquí. "Se está bien ahí, ¿eh?" "De puta madre"... Te queremos, gilipollas, que lo sepas, te hagas o no viejo.

viernes, 5 de octubre de 2007

Cambio de tiempo

¿Ya te has duchado? ¿Estás vestida ya?
Ah, no, sigues con el albornoz... Andas por ahí impúdicamente. ¡Como para meter la mano! Ahí, al calorcito húmedo que te llevas de la ducha.
Es una prenda peligrosa, el albornoz, a pesar de tan aparatoso nombre. Así, a lo tonto, juega uno con el cordón, y en un despiste se ha soltado, y se abre un poco en ese cruce del pecho, y se vislumbra esa peca. Iré conquistando constelaciones conforme vayan asomando. Sin tocarte, tal vez pueda decirte cosas que te incomoden un poco, para que te muevas y se suelte más, y asomen más pecas, y se huela la humedad limpita que sale de dentro. Más que nada, para que evapore, no pienses mal, para que te seques del todo y así estés totalmente suave...

Otra cualidad de semejante bata de toalla es el peso: hay un momento en que no se puede evitar que caiga por sí misma, aunque uno acaricie un hombro. Castamente, por supuesto. Pero la impresión puede ser fuerte si cae de golpe. Y me puedo hechizar por un momento y desviarme del hombro, a investigar curvas, para ver cómo van de secas nada más, apenas rozando. Tal vez soplando levemente si alguna parte no se ha secado del todo. Por colaborar.
¿Qué podría pasar? ¿Alguna nueva sorpresa, alguna destacable peca gigante iba a hacerse notar? Puede ser, no hay que despreciar el poder de una leve brisa... y una mano rozando, también. Pero rozando, apenas el vello. Todo muy casto y con la mejor intención. Quizá ese pezón, rey de los lunares de ese lado del cuerpo, exija atención preferente. Y si ya se ha secado por sí mismo, pues se humedece un poco y se vuelve a empezar, para no hacerle de menos.

¿Qué me diría entonces, ese pezón, si lo humedezco un poco? Nada de vicio, con la punta de la lengua todo lo más, para volver a soplarle y escuchar si hay viento de respuesta. Y si tiembla, poco a poco para que no le dé mucha impresión volver a abrigarlo un poco, acercando la palma de la mano. Intentaría imitar la forma para no tocar y que se note el calor... Pero el pezón sobresale y sale al encuentro, y roza la palma, así que si él lo pide... No hay que negarle lo que pide, es por cortesía.
Aquí hay ya muchas cosas que apreciar, sin prisa. La suavidad, la tempertura, poco a poco el peso... El peso, para eso ya hay que agarrar un poco. Levantar y sopesar...incluso creo que hay más confianza, como para un pequeño lametón. Y ahora que ya voy conociendo este pecho, puedo ir a atender al otro.
"-Volvemos al punto de partida... otra vez húmeda"
¿Y eso, a ver? ¡Si no me has dejado que te coja de las caderas siquiera! Porque no es igual apretar un pecho que una cadera, mientras subo dando besos desde el pecho por el cuello. Pero esa humedad misteriosa que surge espontáneamente habrá que investigarla.

Uno es prudente, y el peligro que tal vez sin malicia pueda esconder tal aventura merece una exploración pausada. La inquitante vibración del terreno lo confirma.
Hay un cambio notable de temperatura cuando la mano pasa de la parte externa del muslo a la interna. Eso es algo que llama a la prudencia, nunca se sabe. Tengo entendido que donde mejor se aprecia la temperatura es en la piel que hay sobre el labio superior. Y esto hay que investigarlo con instrumentos de precisión. Una zona muy sensible para otra similar, es lo justo.
¿Qué me encuentro a estas alturas de la aventura? ¿Humedad, dices? Una exigente y tierna humedad salada... y algo ácida tal vez, sólo hay una manera de aclararlo. Cede, late, se abre. Sí, sin duda mucha humedad. Puedo cogerte las caderas mientras. Es por el contraste; las caderas están secas. Es otro mundo... y ese pezón, ¿cómo estará allá arriba mientras busco con la lengua? Con la cadera cogida no puedes escaparte, y esto ya me empieza a parecer un poco menos casto.

Déjame volver a subir dando besos hacia arriba otra vez, aunque sea para despedirme. Yo sólo estaba jugando con el cordón de albornoz. Te arde el cuello.
Ven, te llevo a la cama, que parece que tienes fiebre.

martes, 2 de octubre de 2007

Refrán para dentro de doscientos años

"Hace cien años, todos calvos"