viernes, 26 de octubre de 2007

Paseo por el manzanal

.

Y creo que me parece así, que me siento extraño oyéndome convincente, que me avergüenzo de alguna manera de esa capacidad de transmitir algunas cosas llegando a verlas como charlatanería en mí mismo aun sabiendo que soy sincero y todo lo honesto que sé, porque no estoy acostumbrado a "querer" cosas. Podéis decir cada uno con vuestras razones, que es porque en mi infancia y después me concedieron poco y cosas así, pero es que nunca fui uno de esos niños que alargan la mano, incluso el dedo que es peor, compulsivamente, emitiendo gruñidos exigentes y con un ansia fiera que saciar.

Así es lógico que me resulte fácil desprenderme de ciertas cosas... Acabo de darme cuenta de la ventaja que llevo con respecto a mucha gente frustrada. De ningún modo hay que extrapolar conclusiones de esto, pues la historia del Zen está llena de ilustres personajes con mucho nervio, y la del Mundo de exitosos avaros mansos.

Lo que es necesario distinguir es entre la claridad con respecto a las propias necesidades más la determinación por cubrirlas (sin hablar hoy también de ambición, seguridad en uno mismo, constancia u otras cosas que irían en el mismo tomo, y más allá de la "cobertura de los mínimos"), por cubrirlas uno mismo valorando fines y medios,
y el "¡mama quero!" estridente de un infante repelente en proceso de malcrianza. Y esa frase suena como debe sonar. Hay una diferencia importante entre el niño que alarga la mano, para coger, y el que alarga el dedo, para que le traigan.
Cuán equívoco puede ser el parentesco entre egocentrismo e introversión.

Hace poco me vi en un punto en el que reconocía claramente la necesidad de experimentar logros, de sentir que escojo y consigo alguna vez. Y si tan en cuenta lo tengo hoy es que es donde sigo, y he de reconciliarme del todo con ese mecanismo para seguir sanando.
Y que necesito cosas, vaya un pijo.

No hay comentarios: